Qué ridícula se siente una cuando viene envalentonada, a punto de ganar una discusión, y el sonido de las palabras la traiciona con la aparición de una rima involuntaria. Parecería que la rima fuera un infierno burocrático al que todos los poetas modernos (y hablantes de una lengua) deberían temer. Pero también, uno de los pocos poemas que me sé de memoria (Cazador, de Lorca), probablemente se guarde en una cajita en mi cerebro porque es rimado. ¿Qué pasa entonces con la rima? Por suerte, Federico nos regala otra entrega de esta serie sobre métrica española para resolver el misterio.
Podemos llenar pantallas con disertaciones, pero basta que alguien nos cuente que salió en bicicleta a comprar panceta para que pensemos “le salió un versito”. “Hacer versos” es, en cuanto salimos del mundo de los poetas y los lectores de poesía, lo mismo que “rimar”. Hasta épocas recientes, solo en lo que podríamos llamar “poesía culta” —aquella que se realiza con conciencia de estar haciendo poesía, más allá del nivel de analfabetismo de sus autores— se escribía poesía sin rima. Tuvo que ocurrir un siglo de separación entre poesía y oralidad para que se generalice la idea de que un poema es aquello que parece gráficamente un poema, y no algo que “suena” a poesía. Y la rima sobrevivió sin inmutarse en las canciones y ahora, con orgulloso exhibicionismo, en el rap.
Es curioso entonces que para muchos tratadistas la rima no sea un elemento esencial del verso, como el metro, el acento o la pausa. Por el contrario, se la ha visto como un adorno, un modo de subrayar el final del verso o un mero recurso nemotécnico. Las polémicas entre escritores por su uso y las propuestas de erradicación recorren la historia de la literatura. Ya volveremos a eso, porque siempre es divertido ver cómo la gente se pelea, pero antes veamos de qué se trata el asunto.
La rima es un tema bastante más sencillo que la métrica. Una rima es básicamente la repetición de un sonido dentro de un poema. Para distinguir a las rimas de las casualidades, podemos pedir que esa repetición aparezca a intervalos regulares en el poema. Y, si bien hay rimas internas de todo tipo, lo más habitual es que esa repetición se produzca al final del verso.
Tradicionalmente se distinguen dos tipos de rimas: asonantes y consonantes. La rima asonante, habitual en los romances y en una larguísima tradición de poesía y música popular, consiste en la repetición de las vocales a partir del último acento del verso. La rima consonante consiste en la repetición de todos los sonidos, vocales y consonantes.
Vamos a los ejemplos:
Cuando movía las faldas
en tiempo de primavera
olía toda su ropa
a limón y yerbabuena.
¡Ay qué limón, limón
de la limonera!
(Federico García Lorca)
Lorca rima primavera, con yerbabuena, con limonera: a partir de la última sílaba acentuada, coinciden las vocales (e-a) pero no las consonantes.
La vida empieza en lágrimas y caca,
luego vienen la mu, con mama y coco,
siguense las viruelas, baba y moco,
y luego llega el trompo y la matraca.
(Francisco de Quevedo)
En este caso, la coincidencia es total: aca-aca, oco-oco).
El novel rimador deberá tener en cuenta unas pocas cuestiones, y casi podría decirse que la única regla es: no rimes sin querer. En la prosa, las rimas casuales son una condena. Maupassant contó que Flaubert casi se desmaya al descubrir una rima en la primera página de Madame Bovary. Y, en un poema sin rima, las rimas casuales suelen percibirse sencillamente como un error. “Te salió un versito”. También suele chocar la mezcla de consonantes y asonantes en un mismo poema. Otra cosa a tener en cuenta es la distancia entre las rimas: la repetición de rimas en más de tres versos sucesivos puede resultar cansadora, pero si la rima queda a más de tres versos de distancia puede perderse la idea de repetición. No está bien visto en los salones elegantes rimar una palabra consigo misma. (Detalle bellísimo: cada vez que aparece la palabra “Cristo” en la Divina Comedia, rima con “Cristo”: ¿con qué, si no?).
Las rimas muy obvias son cosa de haraganes: “rimas fáciles”, pero las muy difíciles exhiben un exceso de artificio, más propio de poemas burlescos que graves: en el Barroco solían hacerse exhibiciones de destreza con las rimas, como se ve en el poema de Quevedo que usé de ejemplo. Finalmente, la aparición de una palabra cuyo único objetivo es completar la rima tiene un nombre que es un insulto: ripio.
Una cuestión a tener en cuenta es que no todas las palabras tienen la misma cantidad de rimas. Algunas ofrecen centenares de opciones (las que terminan como las desinencias verbales ar, er, ir o las terminadas en ado. Otras, poquísimas o ninguna. Las palabras que no tienen rimas se conocen como “palabras fénix” (porque, como el ave, son únicas: la métrica está llena de estas preciosuras terminológicas). Lo curioso es que son “fénix” palabras extremadamente usuales como “árbol”, azúcar, “cuerpo” o “tiempo” (porque no vamos a hacer la ordinariez de rimarlas con anticuerpo y contratiempo).
Desde el siglo XV se compilaron “diccionarios de la rima” para facilitar el hallazgo de consonantes: las palabras se agrupan según su terminación. Hoy se pueden buscar rimas en internet, pero si alguien me quiere regalar el Arte poetica española con una fertilissima sylva de consonantes comunes, propios, esdruxulos, y reflexos, y un divino estimulo de el amor de Dios de Juan Díaz Rengifo no me voy a oponer.
Como adelanté, la rima ha sido desde siempre motivo de disputas, básicamente por tres razones: porque no es necesaria (finalmente, ni Homero ni Virgilio usaban rimas), porque es un deleite trivial (la machacona repetición de sonidos aburre a la gente fina) y porque, como dijo Nebrija en 1492, los poetas que usan consonantes “dizen lo que las palabras demandan: no lo que ellos sienten”. (Dicho sea de paso, es lógico que alguien que se llama Nebrija desconfíe de la rima). Quevedo avisó que el consonante podía condenar a un poeta al infierno:
“Dije que una señora era absoluta
y siendo más honesta que Lucrecia
por dar fin al cuarteto la hice puta”.
En Argentina, la rima fue la excusa para que Borges publicara un ensayo de parricidio contra Lugones en El tamaño de mi esperanza, un libro de 1926 que siempre se negó a reeditar. La feroz reseña del Romancero señala que las rimas “difíciles” de Lugones hacen fatal el ripio: “Si rima en ul como Lugones, tiene que azular algo en seguida para disponer de un azul, o armar un viaje para que le dejen llevar un baúl y otras indignidades. Asimismo, el que rima en arde contrae esta ridícula obligación: Yo no sé lo que les diré, pero me comprometo a pensar un rato en el brasero (arde) y otro en las cinco y media (tarde) y otro en alguna compadrada (alarde) y otro en un flojonazo (cobarde).”
El argumento es poderoso, y sin embargo existen el Martín Fierro y la Divina Comedia y las poesías de Borges. ¿Qué ventajas puede ofrecernos la rima, entonces? Las que siempre le ofrecen a la literatura las limitaciones arbitrarias. La rima nos obliga a volver atrás en la lectura, y establece conexiones entre conceptos gracias al azar del sonido. El Borges de 1926 decía que “es humillador que el poeta sea limosnero del azar y lengua del caos”. Si es cierto que los meros juegos de palabras son triviales y finalmente un poco estúpidos, también es cierto que enfrentarse a la rima nos permite escribir lo que nunca hubiéramos escrito: la obligación nos hace salir de nosotros mismos y eso es siempre sano: la expresión es también una trivialidad.
Federico Reggiani.
Próximas lecturas: Aprender poemas de memoria es hacerse un regalo, y los poemas con rima son mucho más fáciles de memorizar. Hay sonetos de Quevedo sorprendentemente llanos y sencillos (aunque incorporarse alguno de Góngora es una actividad más que recomendable). Un hermoso ejercicio es descubrir las rimas, a veces dispersas pero nunca involuntarias, en los poemas de Hugo Padelletti.Elección arbitraria: La canción de los héroes, de Silvio Mattoni (ENL,2012)