¡Hola, suscriptores de este club! La primavera hizo que florezcan las series y hoy arrancamos una nueva sobre los sonetos de Shakespeare. Sí, ese señor que escribió unas obras de teatro alucinantes que terminamos leyendo en la escuela también escribió poemas. Pero, ¿qué tienen que les dedicamos cuatro entregas de este boletín? Eso es lo que me contó Ailén por DM de Twitter y eso es lo que nos va a contar hoy. ¿Les gusta la poesía y el misterio? Pasen y lean esta serie de especulaciones divertidísimas y poemas preciosos.
William Shakespeare, ese de “¡Mi reino por un caballo!” o “Romeo, Romeo”, “Ser o no ser” y tantas otras, es más conocido como dramaturgo, pero en su época era tan famoso -o más- como poeta. Las vueltas de la vida: durante el Renacimiento inglés casi no se publicaban obras de teatro porque se consideraban mero entretenimiento pasajero, pero la poesía, ah, eso sí era “importante” y merecía el trabajo que llevaba imprimir algo. Mientras Will daba sus primeros pasos sobre y detrás de las tablas, sus primeros libros de poemas, Venus y Adonis, La violación de Lucrecia y El fénix y la tórtola agotaron edición tras edición. Pero los Sonetos que hoy nos ocupan corrieron distinta suerte.
Nacido a finales de abril de 1564 en Stratford-upon-Avon (se desconoce la fecha exacta), Shakespeare nació en el seno de una familia de buen pasar económico y tuvo una buena educación. Ya entonces habría logrado la más importante hazaña: sobrevivir a la infancia. Y es que era una época llena de enfermedades, pestes, con una tasa de mortalidad altísima para bebés y parturientas.
Las teorías conspirativas que surgieron en el siglo XIX se aferran, entre otras cosas, a la falta de datos sobre la biografía de Shakespeare, pero lo cierto es que contamos con mucha más información sobre él que sobre otros artistas de la época. En un período donde comenzaba un registro escrito un poco más sistemático, contamos con información valiosa: su bautismo, su matrimonio, el nacimiento de sus dos hijas y su hijo, su testamento. También hay críticas y comentarios de contemporáneos como Robert Greene o Ben Jonson.
En 1582 se casó con una mujer unos cuantos años más grande que él y ya embarazada, y a finales de esa década se fue, él solo, a Londres. En Stratford quedaron su esposa, su hija mayor y los mellizos que le siguieron. Antes de su aparición en ciertos registros hay una serie de “años perdidos” que dan lugar a las más variadas hipótesis, desde viajes a espionaje.
Lo cierto es que de una u otra manera, Shakespeare llegó a la capital en un momento de florecimiento teatral, y allí comenzó su trabajo como autor y actor. Sí: William fue actor de sus propias obras, pero el objeto de esta serie de cuatro entregas no serán sus obras de teatro sino su serie de sonetos.
Casi nada de lo que se diga sobre los Sonetos de Shakespeare puede ser confirmado plenamente. Fueron publicados en un año de peste, 1609, y con un William ya muy famoso (ya habían sido representados sus dramas más importantes) pero es prácticamente lo único que podemos afirmar sin dudas, pues todo lo demás es misterioso: ¿fueron llevados a la imprenta por su autor o fueron pirateados por el editor Thomas Thorpe, quien ya tenía cierta fama de ladrón? ¿Fueron escritos para esta ocasión particular o son el resultado de años de trabajo? Sabemos que algunos habían circulado de manera privada en manuscritos, como pasaba a menudo, pero ¿todos los sonetos o solo algunos lo hicieron? La cronología de la escritura de estos sonetos también ha hecho correr ríos de tinta y cientos de estudios de lo más variados han dado resultados opuestos. ¡Ni siquiera sabemos si el orden en que fueron publicados era el deseado!
Pero comencemos por el principio: un soneto es una serie de catorce versos dispuestos en general en dos cuartetos y dos tercetos, usualmente con rima abrazada (ABAB-ABAB-CDC-DCD), y llegó a Inglaterra desde Italia con un poco de retraso. La estructura de sus estrofas se vincula con un despliegue lógico: el tema del poema se presenta en el primer cuarteto, se desarrolla y ejemplifica en el segundo y se cierra en los dos tercetos. Los poetas ingleses reorganizaron los versos: tres cuartetos y un pareado final que le da un tono de sentencia o de aforismo, permitiendo así mucha más variedad en las rimas para favorecer un idioma que no las tiene en abundancia, siendo el patrón usual ABAB-CDCD-EFEF-GG. Pero la unidad temática y cerrada de cada composición se mantuvo. Ahora, ¿qué pasa si hay varios sonetos, uno después de otro? Algo nuevo: una secuencia, una indagación más profunda sobre un tema o varios, incluso una especie de narración.
En nada de esto Shakespeare fue pionero. Pero como hizo también al tomar historias ya conocidas para sus obras de teatro, le dio una vuelta de tuerca al recurso.
Los Sonetos de William Shakespeare, Nunca Antes Publicados, como es el título original, aparecieron entonces en mayo de 1609, y costaron 5 peniques (como referencias: la entrada al teatro The Globe era de un penique y el sueldo básico rondaba los doce peniques diarios). La dedicatoria inicial no está firmada por el autor sino por el editor, lo cual resulta extraño. La teoría más fuerte es que el poeta había vuelto a Stratford debido a la peste que había cerrado los teatros, por lo cual dejó el encargo a Thorpe. El resto de ella se ha vuelto un acertijo imposible de resolver: está dispuesta de una forma particular, un triángulo con el vértice hacia abajo, y está dirigida a un tal “Mr. W.H.”, de quien hablaremos más adelante.
Los Sonetos son 154 y se los suele clasificar según el destinatario/a: los primeros están dedicados a un muchacho joven, los últimos a una mujer, y en el medio hay unos dirigidos a un poeta contrincante. Las identidades de estos tres personajes también han quedado como grandes incógnitas literarias. ¿Fueron personas reales o fruto de la mente más imaginativa (nos consta) de la historia? ¿O fueron una mezcla de ambas cosas, un monstruo de Frankenstein con restos de personas de carne y hueso que pasaron por la vida del autor? Las próximas tres entregas de esta serie estarán dedicadas a estos misteriosos personajes, comenzando por el joven misterioso a quien Shakespeare ¿amó?
Ailén Saavedra.
Próximas lecturas: La interesante y divertida traducción de Miguel Ángel Montezanti al español rioplatense, Solo vos sos vos (EUDEM, 2011).