¿Cómo siguen las aventuras de nuestro amigo William a través de los sonetos? Arrancamos hoy con los de la primera parte: los que fueron dirigidos a un tipo pintón con pocas ganas de casarse. ¿Se enamoró Shakespeare de este muchacho? Mejor nos cuenta el chusmerío Ailén. Aprovecho este momento para recordarles que si quieren que los que escriben coman torta, puede hacerlo invitándonos un cafecito acá y si quieren escribir sobre alguno de los temas que rodean a la poesía, pueden responder a vuelta de correo con su propuesta <3
Como diría el mismísimo Shakespeare, lo pasado es prólogo, y después de la introducción de la primera entrega nos zambullimos por fin en los sonetos.
Como ya mencionamos, hay tres destinatarios poéticos en los sonetos y el primero es un muchacho hermoso que no se quiere casar. No podemos juzgarlo: siendo bello, joven y con plata, ¿quién piensa en matrimonio?
Hay varias teorías sobre quién fue realmente este muchacho, y se relacionan con aquellas iniciales de la dedicatoria del libro, “W.H.”. William Herbert, tercer conde de Pembroke es uno de ellos, y tal vez el que más cierra: la edad coincide, rechazó una tras otra a varias damas de noble cuna que se le ofrecieron en matrimonio y fue un generoso mecenas de las Artes, además figurar explícitamente junto a su hermano en la dedicatoria de la primera edición de las obras de Shakespeare, el First Folio de 1623. Otros candidatos son William Harvey, William Hatcliff, e -invirtiendo las iniciales, total vale todo-, Henry Wriothesly, conde de Southampton. Y si es por delirar un poco, hay incluso quienes dicen que se refieren a “William Himself”, porque recordemos que la dedicatoria está firmada por Thomas Thorpe.
Si bien podemos leerlos sin tener demasiado en cuenta todo este tema, es algo que atraviesa la historia de la lectura de estos poemas: es probable que el libro haya pasado sin pena ni gloria no sólo porque los primeros poemas estaban dedicados a un hombre, sino por el tono con que lo hace: el famoso soneto 18 en que se compara a la persona amada con un día de verano, no están dirigidos a una dama, sino a un caballero. Recién en el siglo XX pudieron ser recuperados sobre todo por teorías queer que ya no intentaron disfrazar esta pasión como una mera admiración. Porque durante siglos los académicos buscaron matizar o justificar, avergonzados, el homoerotismo de estos poemas.
Dentro de todos los sonetos dirigidos al joven, los primeros diecisiete son conocidos como los “de la procreación”: argumentan a favor del matrimonio y la descendencia con la intención de convencer al muchacho en cuestión de sentar cabeza y pasar la belleza que le fue dada en préstamo por la Naturaleza, a su prole.
2
Cuando un asedio de cuarenta inviernos
te surque el bello prado de trincheras,
tu atuendo, que ahora es ostentoso y nuevo,
será un guiñapo que ya no interesa.
Y cuando te pregunten dónde yace
el esplendor de tus lozanos años,
no digas que que en tus ojos espectrales,
pues sonará a artificio o a descaro
Darás más digno empleo a tu apostura
si puedes contestar: «Este hijo mío
redime mi vejez, cuadra mi suma;
mi patrimonio está en su parecido».
Llegada la vejez, su joven vida
calentará tu sangre que se enfría.
El argumento gira, por un lado, alrededor de ser generoso con un don del que es mero guardián momentáneo, y de paso no ser egoísta para quienes no hemos sido tan afortunados o afortunadas en ese reparto: que nos quede al menos el consuelo de la hermosura ajena. Sin duda la vida de nosotros, meros mortales, sería más gris sin la belleza de Oscar Isaac o Margot Robbie.
Pero además de ese completamente irrefutable argumento también usa el del tempus fugit: no vas a vivir para siempre, pichón, y tenés que aprovechar el poco tiempo que tenés. ¿Qué vas a hacer cuando el espejo te devuelva una imagen decrépita? ¿Cómo vas a justificar tu paso por la Tierra? ¿Qué vas a dejar?
Están ahí entonces dos temas que se entrelazan: el tiempo y la belleza. El segundo depende del primero en una relación que no lo favorece. Los sonetos están llenos de semillas, huertos, savia, flores, pero también de inviernos acechantes, relojes, minutos que se precipitan como olas. Los años asedian, presentan batalla. La belleza es la primavera, y hay que asegurar los capullos que amenazan el gusano y la escarcha.
Estos primeros textos de la serie están impregnados de un tono de urgencia. Pero a medida que pasan los sonetos, el poeta mismo cae preso del hechizo de ese rostro, y la relación toma otro rumbo: se viene el drama. Soneto a soneto, la insistencia porque el muchacho tenga un hijo se abandona, hasta que por fin el poeta confiesa: está enamorado. Y la complejidad de los sentimientos que se despliegan a partir del soneto 18 es desoladora. La pasión que siente es a la vez una alegría y una tortura, cosa que pareciera gustarle al sujeto amado, o al menos eso le reclama el poeta. Te entendemos, Will, a todos nos tocó alguna vez. Esta relación está llena de imposibilidades, de obstáculos, de celos y de traiciones. Pronto se vuelve un triángulo amoroso y hasta un cuadrado, pero a eso volveremos más adelante.
No sabemos si las palabras de Shakespeare cumplieron su objetivo y aún caminan entre nosotros los herederos de esa genética privilegiada, pero la hermosura de este joven anónimo trascendió los límites del tiempo y el espacio a través de la pluma de Will. Entre las sospechas, los reclamos y las incertidumbres, el poeta está seguro de una sola cosa: sus versos son poderosos y en ellos vivirán por siempre su amor. Hoy, seiscientos años más tarde, y con cualquier indicio de la verdadera identidad de este muchacho perdido irremediablemente, desde su tumba William podría estar diciendo “Mirá de quién te burlaste”.
Ailén Saavedra
Próximas lecturas:En Twitter, bajo el hashtag #ASonnetADay van a encontrar las lecturas diarias que durante casi cuatro meses de pandemia realizó el querido Sir Patrick Stewart.