Pero que se vende, se vende

Fecha
September 1, 2020
Temas
Oficios
Autor
Cristian De Nápoli

Cristian De Napoli es librero en Otras orillas, sí, pero también es poeta y traductor. Fue editor de Black & Vermelho y organizó el festival de poesía Salida al mar. Y además de todas estas cosas, es el autor de uno de mis blogs favoritos: Salida al mar. Leer a Cristian es siempre un placer, porque una termina con dos o tres ideas nuevas, ideas que no se había encontrado en otro lado. Le pregunté por su trabajo en la librería y acá está su respuesta sobre si es posible vender poesía. 

El tema -poesía y mercado, o la poesía como un objeto comercializable- puede borrarse de un plumazo como es costumbre si uno apela a la remanida frase "La poesía no se vende porque la poesía no se vende". Bajo ese statement tan llevado y traído hemos visto, todos, no digo a las mejores mentes de cada generación pero a unas cuantas cabezas, muchas, ponerle un broche al asunto, y a otra cosa. "La poesía es hostil al capitalismo", también se dice, y en eso estoy más de acuerdo. La venta de libros de poesía no habilita, salvo excepciones, el sueño editor de hacerse con una buena plusvalía. Pero que se vende, se vende.

La construcción de una obra poética parece ser desde hace mucho tiempo, quizás desde siempre, un logro muy singular que, cuando encuentra un lectorado entusiasta, no derrama su influjo o su suerte en otras obras, de otros poetas, así porque sí. No ocurre exactamente lo mismo con la narrativa: quiero decir, hay personas que, después de haber disfrutado una novela de, por dar un nombre, McEwan, van a una librería y quizás piden algo "onda McEwan". Nadie, sin embargo, va a una librería y pide algo "onda Pizarnik". La onda Pizarnik existe, sin duda, y puede existir también como parámetro de interés en las cabezas. Pero en la poesía no hay fe ciega en las correspondencias y todo es puesto a prueba, aunque más no sea por medio de una hojeadita a ese libro "onda Pizarnik", a ver qué nos dice. La onda que se extiende entre la narrativa es física; en la poesía es química. Esto vale para la experiencia in situ, en la librería, al momento de ir a buscar o elegir un libro, y sobre todo vale para el momento previo en que alguien, un amigo, una pareja, un profesor, generalmente boca a boca, nos transmite de la nada el entusiasmo por determinada poesía.

Es cierto que no todo es química y que a veces, muy de vez en cuando, se buscan o se compran libros de poesía por mandato cultural, porque debemos leerlos. Existe un tesoro civilizatorio de la poesía (Whitman, Baudelaire, los surrealistas, etc., etc.) pero este es muy limitado, y su influjo es muy escaso por fuera de los lectores intensos, los que sienten que necesitan leerse toda la historia de la poesía antes o mientras aportan su propio capítulo. Y también es cierto, sobre todo en estos últimos tiempos, que muchas veces se buscan o se compran libros de poesía porque se conoce a su joven autor: para apoyarlo, para hacerle el aguante, o para participar con algún entusiasmo en una cierta movida naciente. Este es otro mandato cultural, uno más nuevo, y acá, si se quiere, podría estar operando una tenue idea de mercado -que por supuesto no es "El" mercado. La técnica generó las condiciones para que sea muy fácil editar un libro, en tiradas medidas con ojo de sastre y hábilmente distribuidas en lugares puntuales, al tiempo que los medios de difusión y promoción eficaz de un libro están al alcance de todos. Visto desde las librerías, el efecto de esto es muy elocuente: cualquier persona que se haya mostrado hábil para promocionar su libro de poesía vende la misma cantidad de ejemplares -100, 300, 500- que cualquier otro poeta medianamente consagrado. La horizontalidad que se produce puede ser elogiable o aterradora, pero el hecho es que figuras como Leónidas Lamborghini o Juana Bignozzi no venden muchos más libros que otros, tantísimos otros autores, recién lanzados al mundo editorial con su primer poemario.

Por lo que esto acaba siendo en parte una prueba de que el mercado no rige en este terreno. O sea, opera (y lo hace humildemente), pero no rige. El reciente "escándalo del Fondo Nacional de las Artes" viene a demostrarlo. La mayoría de los poetas "con obra de años" pone su fe en cualquier otro tipo de aval, nunca en las ventas. Unos ambicionarán el reconocimiento estatal, institucional; otros preferirán seguir escribiendo al costado de todo, apoyados sólo en el futuro. Algunos poetas tienen la suficiente capacidad visionaria para entender, ya a los veinte o hasta los veinticinco años, que lo mejor sería ganarse el pan por otro medio, trabajando de cualquier cosa. Otros, en cambio, pasan los veinticinco aspirando a ser exclusivos y se encuentran, ya como young adults, de golpe sin saber bien de qué van a vivir: estos son los que se matan por los concursos, los entongues, los premios.

Pero me fui de tema y uno, como librero, ve que los libros de poesía se venden, poco pero se venden. Los nombres danzan, distintos cada año, sólo un núcleo entre esos nombres se sostiene de una década a otra.

Cristian de Nápoli.