No era contar sílabas y hacer chorizos

Fecha
September 8, 2020
Temas
MétricaMétrica española
Autor
Federico Reggiani

Avanza el taller de métrica y rima española de este boletín. Hoy nos tocan los versos de arte mayor. Esto quiere decir que si, cuando eran menos de 8, el culo te abrocho, ahora con menos de nueve, el culo, bueno, nos llueve. En la entrega de esta semana, Federico Reggiani, nos explica por qué los endecasílabos nos salen tan sin que nos demos cuenta cuando hablamos  y por qué a veces falta algo más que contar con las dedas. Si les gusta este curso acelerado por correspondencia, siempre pueden invitarle un café (que se convertirá con un pase de magia en torta) a su autor.

“Y en este mismo valle donde ahora me entristezco y me canso en el reposo, estuve ya contento y descansado. ¡Oh, bien caduco, vano y presuroso! Acuérdome, durmiendo aquí algún hora, que, despertando, a Elisa vi a mi lado.” Así se lamenta Nemoroso en la Égloga primera de Garcilaso. ¿En prosa? Claro que no, pero basta poner los endecasílabos uno al lado del otro para sentir que se esfuman un poco. A medida que los versos se alargan, empiezan a desaparecer: resulta más difícil percibir sus regularidades, tienden a subdividirse en versos de arte menor o se convierten en versículos hasta que, víctimas de la entropía, terminan como prosa. También, a medida que los versos se alargan, empezamos a percibir complejidades mayores: sobre todo, los pausas y los acentos.

Por eso, cuando hablamos de versos de arte mayor, solemos dedicarnos al endecasílabo, el metro más complejo y el más estudiado: es el más extenso de los versos que pueden leerse sin separarlo en unidades menores. “La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?” bien puede escucharse como dos heptasílabos. El endecasílabo es el rey indiscutido de la poesía española. (Sí, sé que hace poco alguien que usurpa mi nombre dijo que ese cargo le correspondía al octosílabo; se iniciarán acciones legales).

La incorporación del endecasílabo a la poesía española fue, además, una revolución enorme, que probablemente afectó nuestra cultura más de lo que podemos imaginar. Allá por el siglo XVI, España era un imperio en expansión, pero veía con un evidente sentimiento de inferioridad los logros culturales y el refinamiento general de la Italia renacentista. Juan Boscán y Garcilaso de la Vega (tras algunos algunos fallidos intentos previos de otros poetas) encararon de manera programática la importación del endecasílabo al español. Esa decisión no implicaba solamente saquear el Canzoniere de Petrarca (cosa que, por lo demás, hicieron alegremente), sino adquirir todo el paquete de formas (¡el soneto!) y estilos: la vida cortesana, el refinamiento, hasta cierta idea de amor que quizás informe todavía nuestros modos de sentirnos atraídos por alguien. Después, que vengan a decirme que la métrica no importa.

La adaptación no fue sencilla, desde ya. Los lectores y los propios poetas tuvieron que aprender a “oír” la cadencia de ese metro italiano. Boscán nota que “dezían que no sabían si este metro era verso o era prosa” y hasta se escribió una Reprensión contra los poetas españoles que escriben en verso italiano. Las complejidades rítmicas y el oscurecimiento de la rima que todo verso largo supone resultaban un desafío. De todos modos, el experimento fue un éxito completo. En pocos años, las formas métricas tradicionales quedaron relegadas a la poesía popular y el endecasílabo se convirtió en el metro oficial de la lírica imperial. El barroco iba a recuperar esas formas populares (retorcidas y refinadas hasta la demencia, por supuesto), pero el endecasílabo ya no nos abandonaría hasta sus apariciones, muchas veces azarosas, en la poesía contemporánea.

¿De dónde surge la complejidad y la riqueza del endecasílabo? Particularmente, de la variadísima disposición de los acentos. Los acentos pueden cambiar el verso al punto de volverlo irreconocible (“niños, eviten los endecasílabos con acento en 5a. y 7a. sílabas”), y en un poema, los cambios o las repeticiones producen ritmos y pueden subrayar ciertas palabras o, sencillamente, hacernos felices cuando los repetimos en voz alta.

Todo endecasílabo tiene un acento obligado en décima sílaba. Además, los acentos principales que sostienen el endecasílabo (“acentos rítmicos”, dicen los preceptistas) caen en la 4a., 6a. y la 8a. sílabas. Desde ya, la sensación del acento puede depender del modo de recitar el verso, pero hay realizaciones que cualquier hablante detecta como descabelladas, y otras en que todos coincidimos en escuchar como “naturales”.

La ubicación del acento inicial es variable, y ha dado lugar a una clasificación con nombres tan lindos que no puedo resistirme a compartir. Allá va (todos los ejemplos son de Garcilaso). Marco los acentos en negrita, e indico el número de sílaba al lado. Elegí versos muy llenos de acentos, pero sólo es obligatorio (inevitable, diría) el de la sílaba 10, y al menos uno de los rítmicos.

1. Endecasílabos enfáticos: el primer acento en la primera sílaba.

Árboles que os estáis mirando en ellas”. 1.4.6.8.10

2. Endecasílabos heroicos: el primer acento en la segunda sílaba.

“Corrientes aguas puras, cristalinas”. 2.4.6.10

3. Endecasílabos melódicos: el primer acento en la tercera sílaba.

“por la oscura región de vuestro olvido” 3.6.8.10

4. Endecasílabos sáficos: el primer acento en la cuarta sílaba.

“Marchita la rosa el viento helado”. 4.6.8.10

Finalmente, están los malditos endecasílabos acentuados en 5a. o 7a. sílaba, sin el apoyo de uno de los acentos rítmicos adyacentes. Si, ya sé, están hartos, digo esto y terminamos. Es que es una indicación útil. Para escribir endecasílabos, sólo hay que leer muchos hasta “sentir” el ritmo, pero es bueno saber que siempre que cuenten 11 y aún así el verso no funcione, pueden buscar el maldito acento en 5a. o en 7a. “Tus claros ojos, ¿a quién los volviste?” (2.4.7.10). Claro que nada nos impide investigar justamente en esas acentuaciones: salvo algunos casos objetivos (acentos en quinta que convierten el endecasílabo en un dodecasílabo… ¡Pero ya cállate, fanático!) ese “desagrado” es sólo un problema de historia y de costumbres.

Terminemos esto viendo el juego de ritmos en acción, con el bellísimo final de la “Egloga I” de Garcilaso. Nemoroso ha cantado a Elisa, muerta en el parto, pero cierra el poema con la esperanza de volver a verla en el cielo. Noten cómo la cadencia de esos endecasílabos sáficos (que se continúan con el primer heptasílabo también acentuado en cuarta) se acelera cuando pasa del lamento a la celebración final, con acentos iniciales en segunda y en tercera sílabas. El análisis parece frío, hasta que uno lo lee en voz alta:

Divina Elisa, pues agora el cielo

con inmortales pies pisas y mides,

y su mudanza ves, estando queda,

¿por qué de mí te olvidas y no pides

que se apresure el tiempo en que este velo

rompa del cuerpo y verme libre pueda,

y en la tercera rueda,

contigo mano a mano,

busquemos otro llano,

busquemos otros montes y otros ríos,

otros valles floridos y sombríos

donde descanse y siempre pueda verte

ante los ojos míos,

sin miedo y sobresalto de perderte?

Federico Reggiani.

Próximas lecturas: La más evidente, leer a Garcilaso, en particular la Egloga I y la Epistola a Boscán. Es un buen modo de “destrabar” la lectura de poesía clásica, son poemas en que domina la  prezzatura: el disimulo caballeresco del artificio y la dificultad. Si prefieren acercarse al presente (un poco, tampoco exageremos), pueden encontrar un  catálogo de endecasílabos bellísimos en Muerte sin fin , de José Gorostiza. El que dijo que el agua es “un desplome de ángeles caídos/a la delicia intacta de su peso”.

Elección arbitraria: Caballos a la orilla de la ruta, de Rodrigo Terranova (Color Ciego Ediciones, 2019)