Desde la primera vez que Mila me habló de su abuela declamadora, quedé fascinada. No es fácil encontrar relatos que no sean ni un poco insidiosos en sus comentarios sobre la práctica. Me pareció siempre un poco raro, como si hubiéramos abandonado completamente la lectura en voz alta o como si los eventos de poesía fueran ahora un traspaso de información telepática entre sus participantes, y yo no me hubiera enterado. Mila parecía la indicada para hablar de esto: no solo porque la declamadora es su abuela, sino también porque es una entusiasta y está siempre dispuesta a llegar al fondo de las palabritas. Milagros Rodríguez Caro es traductora y profesora de inglés y de francés, pero además estudia alemán y persa, el verdadero quién pudiera.
Mi abuela paterna, Raquel, era una declamadora conocida y les juro que no lo digo para creérmela. En realidad, no es algo de lo que me suela vanagloriar porque creo que el prestigio de la declamación fue perdiendo peso en las últimas décadas. Mis amigos me hacen burla por ser una entusiasta de la etimología, esa pasión por conocer los orígenes de las palabritas, y este texto no podía ser la excepción. Tenemos “clamar”, “exclamar”, “aclamar”, “reclamar” pero ¿“declamar” nos dice algo? Viene del latín declamare y significa "hablar en público". Sus componentes son: el prefijo de- (desde, de arriba a abajo) y clamare (gritar, exigir, pedir algo en voz alta). Pero en uno de los folletos de un recital que mi abuela dio a mediados de los setenta, lo describe de modo mucho más lindo: “el arte del decir”. Quizás sea esa la simple distinción entre declamar y nuestro más actual recitar: declamar era un arte.
Y sí, dije “recital”. Lo que ahora son lecturas de poesía o slams antes eran recitales poéticos. Pero mi abuela no era poeta, y ahí es donde veo la mayor diferencia con la actualidad. La declamación era un acto de amor al poema ajeno, no una exhibición del propio. A mi abuela la convocaban de distintos centros culturales, galerías de arte e incluso de la Municipalidad de Buenos Aires; fue la estrella de recitales poéticos en la Manzana de las Luces, en el Centro Cultural San Martín, incluso declamó en algunos países limítrofes. Si Catulo era rockero, mi abuela era rockstar, solo que interpretaba covers. No tengo un testimonio actual porque mi abuela falleció en 2007, cuando yo tenía 16 años, pero soy la heredera de lo que quedó de su paso por la poesía: los programas de sus recitales poéticos; un álbum de fotos donde se la ve a ella muy coqueta, muy compenetrada, en distintos escenarios; decenas de poemarios con dedicatorias de los y las poetas; y mi favorito, un cuadernito de hojas un poco oscurecidas por los años, escrito en tinta azul con una cursiva impecable, donde hay poemas y apuntes de sus clases de declamación.
Imagino que todo lector del boletín quiere que la describa un poquito a esta famosa Raquel. La recuerdo como una abuela simpática, dulce e histriónica, fanática de las palabras. Nos cantaba canciones que traía de su familia española, con palabras complicadas e inventadas que nos hacían reír. Se llamaba Raquel Níder Caro Guzmán pero nosotros, los nietos, le decíamos Yaya. “Guzmán”, me enteré investigando para este texto, era un apellido artístico. Además de artista del decir era anticuaria, una de las fundadoras de la feria de San Telmo, fanática de Borges y Pizarnik. Estoy segura de que, si viviera, me pediría el enlace para entrar al Club de Poemas.
A raíz de mis investigaciones, me enteré de que ella empezó a formarse en la declamación en 1943 con Molly Lenzberg, y años después con María Teresa Villanueva, pero se autoproclamaba discípula de Celia Cagnoli Kier de Taboada, su máxima influencia. Hoy no conocemos estos nombres pero en ese entonces, al menos en el ámbito de la poesía, eran importantes y dignos de mención. Raquel se recibió de Profesora Superior de Declamación y ejerció como profesora de Declamación y Arte Escénica a nivel universitario. Busqué en internet pero toda enseñanza formal de la declamación parece haberse esfumado sin dejar rastro.
¿De qué hablamos, entonces, cuando hablamos de recitar? La poesía es un género sonoro. Cómo se dicen las palabras es crucial, y lo poético impone una voz, una voz real y tangible que vibre y toque el aire. Pero la voz real, la representación del poema, su puesta-en-sonido, puede venir del o la poeta o no. Las declamadoras como mi abuela venían de una tradición antiquísima de tomar el poema ajeno y hacerlo carne, darle forma, darle un cuerpo que se enfrenta al público. El cuadernito amarillento me da la pauta de lo que se valoraba en una declamadora de la época. Está dividido en secciones: empieza con una definición de poesía (“la expresión artística de la belleza por medio del verso”) y un (des)trabalenguas, en la página siguiente hay ejercicios para impostar la voz y ejercicios de razonamiento, algo así como un ejercicio de sintaxis. Hay consignas que nos muestran que era importante dominar una técnica: “construya cinco proposiciones interrogativas y exclamativas”, “pronuncie las siguientes frases en su entonación debida”. La sección más larga es la de la consigna “pronunciar frases con los siguientes gestos”, hay una catarata de emociones seguidas de una frase de práctica: tristeza, alegría impetuosa, desprecio, piedad, crueldad, orgullo, amenaza, goce, ira. La lista sigue y sigue. Cuando termina este ejercicio, hay un entrenamiento de pausas graduadas. Una declamadora tenía que saber interpretar la puntuación del poema a la perfección, respetando cada coma, cada punto, cada paréntesis con las pausas que le corresponden. Lo que rescato de este valiosísimo manual es una preocupación por replicar lo escrito, por honrar el texto.
Tengo también una caja llena de poemarios con dedicatorias, como por ejemplo: “Para la distinguida intérprete del verso” o “Para Raquel, que sabe interpretar el sentir de un poeta”. Lo que aprendí leyendo todas estas dedicatorias es que existía un vínculo de cariño y admiración mutua entre poetas y declamadores. Ella claramente los admiraba, iba a sus presentaciones, compraba sus libros. Pero los y las poetas la conocían a ella y admiraban su trabajo, su arte. Sé que todavía existe gente que interpreta poemas ajenos en público, pero creo que ya no es la norma y que no existe más este vínculo dentro de la comunidad. Hoy suelen ser los mismos poetas quienes recitan, los he visto leer sus propios poemas de la pantalla del celular. En ese entonces, había alguien que había estudiado para llevar al poema a otro nivel, no por ser su autora, pero sí por habérselo apropiado en el estudio minucioso y en la admiración inmensa.
Mi papá se sabe varios poemas de memoria de tanto haberlos escuchado de boca de su propia madre. Hay algunos que recuerda muy nítidamente, como por ejemplo Despecho de Juana de Ibarbourou, en el que mi abuela pasaba de la risa estruendosa al llanto desconsolado con un dominio único. Claro que la declamación ahora nos parecería una manera exagerada y pomposa de recitar un poema, pero es importante pensar que "el decir" es un arte y, como todo arte, evoluciona y cambia con la época. Ahora también, si prestamos atención, podemos ver que hay un estilo bastante normado para recitar poesía, aunque no se enseñe con el mismo método pautado y estricto que aprendió mi abuela.
Fue muy lindo investigar este tema para el boletín porque me sentí más cercana a mi abuela (y, de manera más tangible, a mi papá y a mi tía) y porque aprendí cosas sobre ella que ignoraba por completo, pero también porque sentí que la entendía. No sé si mi abuela escribía poesía, me imagino que sí. La poesía puede parecernos a veces inalcanzable, y muchos de los oficios que la rodean tratan de acercarse al género desde aquello que uno siente que puede aportar. Yo, como traductora, muchas veces siento que la forma más íntima que tengo de acercarme a un poema que me gusta es traduciéndolo. Cuando traduzco un poema estoy intentando, con arte y con técnica, acercárselo a otra gente. Quizás mi abuela también haya querido aportar las herramientas que ella tenía, su histrionismo, su sensibilidad y su voz, para tomar poemas que adoraba e interpretárselos a un público.
Milagros Rodríguez Caro.