"Mentime que me gusta" lo inventó el mismísimo W.Shakespeare

Fecha
October 10, 2020
Temas
AutoresShakespeare
Autor
Ailén Saavedra

¡Bienvenidas, bienvenidos, una vez más (y por última vez) al reino del chusmerío isabelino! Terminamos con los sonetos de Shakespeare, esta vez con las historias atrás de la Dark Lady. No sé ustedes, pero yo termino esta serie con dos ideas. La primera, tengo que conseguir ya la traducción rioplatense de los sonetos que hizo Montezanti. La segunda, si el Bardo de Avón caminara entre nosotros, sería una gran trapero. No, no voy a desarrollar esto. ¡Ojalá hayan disfrutado estas entregas! Nos leemos la semana que viene con una entrada un poco técnica, pero, les prometo, muy divertida. 

Amigas, romanas, compatriotas, préstenme sus oídos, diría William. Aunque en este caso, claro, son sus ojos, y por última vez, porque hemos llegado a la cuarta y última entrega de esta serie sobre los sonetos del Bardo de Avon. Y, como para que no decaiga, la secuencia cierra con los poemas destinados a la mal llamada Dark Lady, es decir la Dama Oscura o Morena.¿Por qué este nombre y por qué mal llamada? Lo primero es por lo que dicen los mismos textos: esta mujer no es rubia y blanca sino oscura, tanto en piel y cabellos como en actitud y espíritu. Todo esto es diametralmente opuesto a los ideales de belleza de la época, al menos literarios. Y lo segundo es porque esta mujer justamente no era una dama. Algunos estudiosos han removido cielo y tierra por encontrar su identidad y se han encontrado con un nombre: Lucy Negro. Ella era una prostituta ascendida a madama que regenteaba un prostíbulo en Londres, pero por las fechas de las referencias que existen sería un poco muy mayor para William. Amén de que no hay ninguna prueba que efectivamente los vincule. Otros apuntan a Aemilia Lanyer, una poeta publicada de la época (verdaderamente una rareza) que había sido amante de Lord Hunsdon; o a Mary Fitton, una cortesana y amante del conde de Pembroke.¿Pero no podría esta mujer ser Anne Hathaway, la esposa ocho años mayor que el poeta, que había dejado allá lejos en el pueblo? No parece factible, aunque hay un soneto, el 145 que tiene un juego de palabras, que se pierde en la traducción al español, con el apellido de Anne (o Agnes, pero esa es otra historia). Lo más probable es que esta Lady sea nuevamente una invención literaria conformada por varias personas reales, entre las que Hathaway sea apenas una pieza más.Ni joven, ni linda, ni con muchas luces, y menos que menos casta, esta mujer es todo lo opuesto a las idealizadas imágenes femeninas en los sonetos de, por ejemplo, Petrarca. Si aquella era etérea, esta está bien asentada en la tierra. Una belleza real, diríamos hoy, porque no podemos negar que algún encanto tendría esa mujer capaz de atraer al poeta más famoso de su tiempo y de todos. Dejemos ahora que Shakespeare nos presente a esta particular mujer:

130Los ojos de mi amada no parecendos soles, ni sus labios son corales;sus pechos pardos no son blanca nieve,su pelo es negro y recio como alambre.Si he visto rosas rojas, blancas, rosas,ninguna rosa veo en sus mejillas,y hay mil olores con mejor aromaque el hálito de hiel que ella destila.Me encanta oírla hablar, pero sé bienque su rumor no es nada musical.¿Cómo andará una diosa? No lo sé;mi amada pisa el suelo al caminar.    Y aún así mi amor es, por el cielo,    tan rara como las del falso arreo.

Uno a uno, Shakespeare contrapone cada realidad del cuerpo de su amada y los tópicos literarios clásicos donde las mujeres son pálidas, de cabellos claros, de labios rojos y cachetes rosas, cantan como pajaritos y caminan apenas tocando el suelo, delicadísimas. Acá en cambio tenemos una mujer bronceada por el sol, es decir, una trabajadora. Tenemos una mujer con mal aliento y voz de fumadora. Una mujer que hace temblar el piso… literalmente. Y sin embargo.Después de todas las emociones vividas por el poeta y plasmadas en los primeros sonetos, llegamos a este punto un poco agotadas. El poeta también, claro, y después de tanto drama, drama y más drama, llega una calma bastante extraña. Con esta mujer francamente sexual hay un engaño mutuo en cuanto a la calidad y profundidad de sus amores, pero una voluntad activa por dejarse engañar. Ni él muere por ella ni ella se desvive por él, pero se dicen lo contrario, y esa fantasía es lo que ambos necesitan en ese momento de sus vidas. Mentime que me gusta, negri.Ese es el tono del soneto 138 que tan tanguero queda en la traducción al español rioplatense que hace Montezanti en Solo vos sos vos:

Si ella jura que no me macaneale creo aunque sé que no lo creode modo que ella un aprendiz me creay en las cosas del mundo poco reo.Así creyendo que perejil me creeaunque sabe que ya soy veteranouna fe en su mentira me poseelos dos mentimos, y los dos, ufanos.Pero ¿por qué se calla lo del cuerno?y ¿por qué callo que ya soy jovato?Porque es mejor mostrarse como un tiernoy el amor quiere crédito inmediato.    Nos dormimos los dos en la mentira    y en la mentira hay algo que nos tira.

Ese amor del que habla también está lejos del amor perfecto de otros modelos literarios. Así como los sonetos iniciales dedicados a un jovencito se corrían de lo usual al tener como objeto amoroso a otro hombre, en estos poemas finales ubican en el género “correcto” a la destinataria del afecto, pero los términos de esa relación son los equivocados. Si al muchacho lo amaba con la pureza del espíritu, a la dama morena la va a querer con la carnalidad y la sensualidad de lo terrenal, lo cotidiano. Por eso la relación no estará exenta de pequeñas traiciones, y esta mujer del final tal vez sea la misma que al principio engañó al poeta con el mismísimo muchacho adorado, pero en el fondo se deja entrever que al poeta… no le importa tanto. Y le parece bien.Así es como llegamos al final. Los últimos dos sonetos del libro están dedicados a la representación del amor, Cupido, y tienen un tono muy diferente a los de la Dama Morena, parecen más bien palaciegos. Por qué están en ese lugar es otro de los miles de misterios del libro.Despedirse es un dolor tan dulce, diría William. Así, lectoras y lectoras del boletín, adiós y mil veces adiós de parte de esta servidora.

Ailén Saavedra.

Elección arbitraria: La comedia “Bill”, dirigida por Richard Bracewell, juega con los años perdidos del poeta y sus comienzos como dramaturgo. Los anacronismos son hilarantes, como cuando Marlowe y Shakespeare reparten panfletos disfrazados de verduras.