Menos de ocho, el culo te abrocho

Fecha
August 10, 2020
Temas
MétricaMétrica española
Autor
Federico Reggiani

¡Hola, suscriptores de este Club de Poemas! Llegó la segunda entrega de la serie sobre métrica española, de la mano de Federico Reggiani. Esta vez nos cuenta sobre los versos que tan chikitos (perdón, no me pude contener). Trae coplas guarangas, canciones de María Elena Walsh y dos recomendaciones al final para seguir leyendo versos con metro fijo si se quedaron con ganas de más, ¡el reino de los versitos! 

Existe, para la poesía en español, una antigua distinción entre versos de “arte menor” y versos de “arte mayor”. Son de arte menor los versos de ocho sílabas o menos, y de arte mayor los de nueve sílabas o más. (Primera observación: el verso más corto posible es bisílabo; un verso monosílabo sería agudo, y por la ley de Mussafia —del mes pasado a hoy descubrí que eso de que las agudas le suman una sílaba al verso tiene nombre—, nos queda bisílabo). Así, los números naturales muestran una vez más su condición de objetos útiles y agradables: nos permiten conversar sobre poesía sin vaguedades y sin desacuerdos. Para el arte de contar sílabas, remito al resignado lector a la entrega previa de esta serie.La distinción no es tan arbitraria como parece. Algunos especialistas explican que las emisiones del habla normal rondan en promedio las ocho sílabas. Otros, notan que la percepción de igualdad entre versos se hace más difícil a partir de las ocho sílabas, y si no percibimos dos versos como equivalentes se pierde la base de la métrica española actual, que depende de la igualdad silábica y no de la disposición de los acentos. Separar los versos entre “arte mayor” y “arte menor” parece no ser solo una excusa para dividir en capítulos estas parrafadas, sino que escondería alguna cuestión más básica. En cualquier caso: hoy hablaremos de versos de arte menor, los versos cortitos.¿Por qué un poeta usa versos breves? Porque se le da la gana, claro, pero el efecto es de  velocidad, de gracia, de cierta liviandad. Si bien no hay una jerarquía explícita, puede verse cierta tendencia a usar versos de arte menor para temas cómicos, amorosos o narrativos, y versos de arte mayor para temas graves. Un poema con versos cortos nos ofrece un ritmo saltarín: las pausas del final de cada verso se suceden y acompañan el golpe de los acentos. No es casual que tantas canciones escondan versos de arte menor: el arte menor invita a cantar. “Más rápido que escupida de músico”, solía decir Inodoro Pereyra. Un uso muy habitual de los versos cortos es el de cerrar cláusulas y cambiar de ritmo. De hecho, los versos por debajo de las cinco sílabas no han tenido una existencia autónoma muy generalizada, pero sí como “pies quebrados”, mezclados con versos más largos. El ejemplo clásico es la combinación de octosìlabos con “cierres” de cuatro sílabas de las “Coplas a la muerte de su padre” que escribió en el siglo XV Jorge Manrique. Les propongo que paladeen esos golpes finales leyéndolos en voz alta:

Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte

contemplando

cómo se pasa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando,

cuán presto se va el placer,

cómo, después de acordado,

da dolor;

cómo, a nuestro parecer,

cualquiera tiempo pasado

fue mejor. (...)

Un hermoso ejemplo del efecto inverso es “La canción del perro salchicha” de María Elena Walsh, uno de los momentos más altos de la poesía argentina. Dos pentasílabos construyen la situación y generan un suspenso que se explica y cierra con un endecasílabo agudo:

Perro Salchicha,

gordo bachicha,

toma solcito a la orilla del mar.

Tiene sombrerode marinero

y en vez de traje se puso collar.

Una gaviota

medio marmota,

bizca y con cara de preocupación

viene planeando,

mira buscando

el desayuno para su pichón. (...)

Los versos de arte menor también se usan solos, no necesariamente como complemento de otros. Para no extender esto en exceso, saltemos al límite superior del grupo, que es además el rey de la versificación española: el octosílabo. Espero que la Secta de los Adoradores del Endecasílabo —secta a la que he tratado de afiliarme tantas veces— no me cobre cara esta afirmación, pero me temo que es cierta. Como veremos otro día, el endecasílabo fue importado de Italia, mientras que el octosílabo es de antiguo origen español y ya aparece en composiciones del siglo XII, antes de convertirse en el metro dominante en infinidad de romances, coplas, refranes, canciones y composiciones de todo tipo. Ya desde principios del siglo XV se normalizó el conteo silábico para los octosílabos, mientras que los metros de arte mayor todavía alternaban versos de sílabas variables con regularidad acentual. Además, supo cruzar el Atlántico: sabemos que los gauchos hablaban en impecables octosílabos.Este acelerado recorrido histórico permite subrayar como, si en las estrofas y los metros la tradición nos recorre, en el octosílabo esto es evidente e inevitable. El octosílabo es perfecto para la memorización, no sólo por ser quizás el más “natural” de los metros, el que más encontramos de casualidad al hablar, sino también porque lo tenemos incorporado en el inconsciente. Nuestra mente puede completar las palabras ausentes para llenar esa forma vacía. Por eso, es un metro ideal para dos simpatiquísimos géneros: el chiste y el panfleto.Hace unos días, el azar me puso frente a un concurso de coplas militantes. La ganadora había logrado intercalar dos octosílabos mal medidos en una estrofa de cuatro versos: 50% de inefectividad. Lo que hacía esta sordera más notable es que las dos menciones del concurso eran agradables coplitas perfectamente construídas. ¿Le importa esto a alguien más que a mì? Sin dudas: una copla con sílabas de más o de menos es mucho más difícil de memorizar. Uno no puede andar por la manifestación leyendo la consigna de un papelito.En cuanto a los chistes, de preferencia chuscos, hay infinidad de ejemplos. “Una vieja se sentó/arriba de un hormiguero”, “una vieja y un viejito, fueron a juntar melones”, “una vieja se sentó/arriba del obelisco”, “una vieja se comió/una bolsa de cemento”: es por el uso del octosílabo que resulta inolvidable el destino de esta versátil señora mayor.A veces, la guarangada es involuntaria. Cierro mi arbitrario recorrido por los usos del octosílabo con esta maravilla de Rubén Darío:

Una tarde la princesa

vio una estrella aparecer;

la princesa era traviesa

y la quiso ir a coger.

(“A Margarita Debayle”)

Federico Reggiani.

Próximas lecturas: El gaucho Martín Fierro. Después de hablar del octosílabo, esta recomendación debe parecer de una obviedad ofensiva. Pero me parece una buena idea quitarle a Fierro los velos de la lectura escolar, las capas de sociedad tradicionalista y la lectura histórica y política adherida desde el instante mismo en que, “para alejar el fastidio de la vida de hotel”, Hernández escribió “Aquí me pongo a cantar”. Un efecto benéfico del Martín Fierro ordenado alfabéticamente, la humorada de Pablo Katchadjian, es obligarnos a leer versos aislados y subrayar joyas escondidas. Porque al Martín Fierro podemos leerlo, pura y llanamente, como poesía; reconocer la sobrenatural perfección de cada una de las sextinas.

Había un gringuito cautivo/ que siempre hablaba del barco/ y lo augaron en un charco/ por causante de la peste./ Tenía los ojos celestes/ como potrillito zarco.

Elección arbitraria: Las encantadas, Daniel Samoilovich (Tusquets)