Abran un documento en blanco e inserten dos columnas

Fecha
August 18, 2020
Temas
Oficios
Autor
Milagros Rodriguez Caro

¿Qué puedo decirles sobre Mila que no les haya dicho cuando escribió sobre su abuela declamadora? No mucho. Pero sí puedo contarles qué me pasó cuando leí esto que van a leer ahora. Cuando la invité a escribir sobre el tema imaginé que iba a hablar sobre la traducción profesional, casi como una defensa gremial. Pero aparece acá otra cualidad de Mila: es una máquina de sorprender. Su entrega para este boletín me sorprendió por el tema, pero también me emocionó. Mila nos presta sus ojos fascinados por la posibilidad de traducir un poema para incorporarlo y entenderlo, y nos deja maravillados y con muchísimas ganas de abrir un .doc e insertar dos columnas. 

Una de las cosas que más me acerca a la poesía (además de tener una abuela declamadora) es mi devoción por “The Love Song of J. Alfred Prufrock” del poeta estadounidense-vuelto-británico T. S. Eliot. Es un poema que me interpela sin que pueda explicar muy bien porqué, no puedo señalar algo y decir que me gusta por una u otra razón, me parece que esto es algo que muchos podemos decir de uno o varios poemas. Es un poema al que acudo cada tanto, que repito como un mantra, cada vez que lo leo le encuentro algo nuevo. Es un poema que me aprendí de memoria estos últimos veranos, que le recité a mi familia una tarde de calor, que les leí a amigas, a un chico, en fin, es un poema que amo compartir. Cuando mi papá me dijo que le sonaba muy lindo, pero que quería leerlo en español para entenderlo, busqué una traducción en Internet. "Suena horrible traducido", le dije. "Traducímelo vos", me respondió. Me negué: imposible, es imposible.

¿Pero en serio es imposible? Soy profesora de idiomas, enseño mayormente francés e inglés y, algunas veces, me encuentro con que la motivación de la gente para aprender un idioma es “quiero leer a *inserte autor extranjero* en el original, porque no es lo mismo, ¿viste?”. Como docente de idiomas, me parece válido, porque es cierto que no es “lo mismo” por el simple hecho de que hay un proceso fascinante en el medio, un proceso por el cual empezás diciendo “she mapel Florencia, uí uí, silvuplé” y un par de añitos después (el plazo puede variar) estás leyendo un poema de Baudelaire y te das cuenta de algo casi milagroso: lo entendés. La docente de idiomas en mí piensa “claro, aprendé alemán para leer a Goethe, me parece estupendo” pero, por otro lado, la traductora en mí piensa “¿aprender alemán para leer a Goethe? ¿y los pobres traductores que te ahorran el trabajo?”. Casualmente, esto pasa mucho más con la poesía que con la prosa. Existe un mito de que hay algo en la poesía que es intraducible, o que la traducción de poesía es un arte reservado a unos señores reyes de la palabra en verso. No pienso quitarle valor, claro que este oficio tiene muchísimo mérito (también, como para tirar un dato práctico, está muy mal pago, pero eso no nos interesa aquí). Sin embargo, también sé que hay una realidad alternativa que conocí no en la facultad sino trabajando como secretaria en un estudio jurídico.

Soy traductora, pero la persona que me enseñó a traducir poesía fue un abogado. No soy muy fanática de los abogados (sin ofender) pero no puedo negar que la primera vez que sentí que tenía derecho a traducir poesía, fue en la oficina de un abogado especializado en Derecho Societario. Trabajé ahí unos pocos y tristes meses hace unos años y, en general, mis recuerdos de esa época son todo lo opuesto a la poesía: papeles y carpetas llenos de palabras sin rima ni gracia. Había un abogado, cuyo nombre ni recuerdo, que trabajaba en mi piso y era muy tímido, pero yo le caía bien. Una tarde, cuando ya me estaba por ir, me pidió ayuda con algo en su oficina y me preguntó por mi carrera y mi interés en los idiomas. “Yo traduzco poemas del francés” me dijo, y me mencionó autores clásicos: Victor Hugo, Baudelaire, Rimbaud. Le debo haber puesto cara de incrédula, pero él no se inmutó, simplemente me mostró en la computadora cómo abría un documento en blanco, insertaba dos columnas, pegaba el original a la izquierda y simplemente… traducía. En ese momento me pareció tanto una afrenta como una revelación.

En su libro sobre traducción Un Pez en la Higuera: una historia fabulosa de la traducción (Is that a fish in your ear?, 2012), el autor David Bellos se encarga en un capítulo del tema de lo inefable, lo indecible. Bellos ilustra este concepto con una hipótesis simpática basada en unos astronautas que van al espacio y se cruzan a unos alienígenas y al volver a la Tierra, dicen "Tenían un idioma y lo aprendimos, hablamos con ellos" y los que los reciben les dicen a los astronautas, con mucha intriga, "¡¿Y qué les dijeron los extraterrestres?!", a lo que responden "No podemos decirles porque es un idioma totalmente distinto al nuestro". Esta situación, según Bellos, sería imposible; no improbable sino imposible. No importa qué tan distinto sea el idioma alienígena, insiste, si hay comunicación, si hay lenguaje, entonces hay, necesariamente, alguna forma de expresar ese mensaje. Según el filósofo Jerrold Jatz, todo pensamiento humano se puede expresar con una frase en cualquier idioma, y cualquier frase que se expresa en un idioma, también se puede expresar en otro. Por lo tanto, lo inexpresable no está solo fuera del ámbito de la traducción sino del ámbito del lenguaje en general. Todo lo decible es, entonces, traducible.

Si nos remitimos al argumento de que hay algo que se pierde en la traducción, a la vez, tenemos que ser muy claros respecto a eso que se perdió. Si algo se te perdió, tenés que poder decir cómo es para que te ayuden a encontrarlo. Esto se tiene que aplicar también entonces a la poesía, aunque no haya una lista para ir tildando de “efectos poéticos”. Si simplemente decís que lo que se perdió en el trayecto (de un idioma al otro) es “la poesía” o “lo poético”, tenés que poder describir qué es “lo poético” y no alcanza con hablar ambos idiomas, sino que tendrías que conocer las tradiciones poéticas de ambos  a la perfección, y aun así sería difícil.

Algunos poemas nos generan algo tan visceral que tengo que admitir que hasta yo he dicho que las traducciones que he encontrado de “The Love Song of J. Alfred Prufrock” al español eran una porquería y que les faltaba algo, pero eso tiene que ver con que hay algo del original que me conmueve y que difícilmente lo logre la traducción porque veo los hilos del titiritero y me desencanto, lo que no significa que a la traducción le “falte” algo. Cuando Bellos explica esto mismo, muestra una parte de un poema de Rilke que a él le gustaba mucho de joven y propone una traducción. Después admite que esa traducción la hizo con un traductor automático gratuito de internet. Y esta trampa nos lleva a una última preocupación: ¿pueden las máquinas, la inteligencia artificial, las memorias de traducción traducir un poema? Por supuesto, y no se nos deberían caer los anillos al admitirlo. La diferencia es que nosotros (no sólo traductoras y traductores, sino cualquiera que quiera acercarse al poema traduciéndolo) podemos aportarle al poema lo cultural, lo emocional, y sobre todo, podemos disfrutar el proceso.

Hace poco me animé a traducir al inglés unos pocos poemas de una poeta argentina que me gusta hace muchos años y, como nos seguimos en Twitter, le conté que los había traducido para enviarlos a un concurso de traducción y le pedí permiso. Ella se alegró mucho, halagó mis traducciones e incluso me dijo “Me gustan más que en español” (modestia de la poeta aparte, vio en estos poemas en inglés poemas nuevos, que ella no conocía). Lo que quiero proponerles con esta entrega del boletín es que, si hablan otro idioma, se animen a abrir un documento en blanco, insertar dos columnas y traer un poema extranjero al castellano o tomar uno en nuestro idioma (poemas que ya quieran mucho, o incluso poemas propios) y llevarlo hacia otro. Lo que se gana, les prometo, es muchísimo más de lo que se pierde en el camino.

Milagros Rodríguez Caro.

Próximas lecturas: The Love Song of J. Alfred Prufrock (¡con la opción de escucharlo leído!) y Canción de amor de J. Alfred Prufrock (con un comentario sobre por qué es tan complejo traducir a T. S. Eliot)

Elección arbitraria (x2): Ours poetica (inglés) Tres poemas de Forug Farrojzad (español)